Al principio, las gentes del Pueblo Kayapó vivían en el cielo. Cierta vez, una mujer se asomó por un agujero entre las nubes y vio, allá abajo, un pequeño armadillo. Decidió seguirle bajando por una larga cuerda. Luego descendería el resto de los miembros de la tribu, como hormigas por un tronco. Así comenzó a poblarse la tierra.
Más tarde, la lluvia pensó que aquellas gentes tendrían que alimentarse de algo. Y les envió las plantas. Fue poco después que la Hija de la lluvia vio que las plantas no eran suficiente alimento y que además, aquellos seres, debían disponer de un medio más rápido para desplazarse y visitarse unos a otros. La Hija de la lluvia peleó con su madre, bajó a la tierra, y se transformó en río para convivir en armonía con aquella gente y facilitarles la vida. Así nació el río Xingú.
El Pueblo Kayapó lleva milenios viviendo en las tierras planas del Mato Grosso y Para, al sur de la Amazonia, junto al río Xingú. Cultivan pequeños huertos comunitarios donde crece el maíz, la batata, el ñame o la yuca, cuando no están pescando en el río o cazando a los animales de su ribera. También les encanta recolectar miel.
Cierto día de 1989 se les convocó en el poblado amazónico de Altamira para darles una noticia. Lejanas gentes iban a convencerles de que la electricidad les traería “el bienestar”. Un término que para los hombres y mujeres Kayapó era tan obvio y cotidiano que no entendían su significado. Sea lo que fuere ese bienestar, implicaba el asesinato de la Hija de la lluvia. El Xingú debía ser interrumpido por una gigantesca montaña de piedra gris. El agua ya no llegaría a sus huertos, las canoas quedarían varadas en la orilla, no habría peces pero sí muchos mosquitos que traerían enfermedades, la caza se marcharía lejos y, en definitiva, tendrían que abandonar sus tierras ancestrales y dispersarse como Pueblo. Los Kayapó, se entiende, desconocían también el significado de la expresión “desplazados”.
Así que una mujer de este Pueblo se cubrió con sus pinturas de guerra en genipapo (negro) y urucum (rojo), y recorrió casi dos mil kilómetros para asistir a esa reunión. Suponemos que a Tuira no debieron convencerle los argumentos que empleaba José Muñiz Lopes, presidente de Electrobrás , la compañía estatal de electricidad. Unos argumentos que, presumimos, no debían diferir mucho de los que esgrimían aquellos barbudos conquistadores quinientos años atrás con espejitos y cristales de colores. Y, ni corta ni perezosa, Tuira decidió emplear un lenguaje lo suficientemente expresivo e inequívoco para mostrar la oposición de su Pueblo al “bienestar” y al “progreso” que les prometía el hombre blanco. La imagen de esta mujer guerrera apoyando el filo de su machete sobre la mejilla del burócrata dio la vuelta al mundo.
Tuira explicaría más tarde: «Estamos defendiendo los árboles, los pájaros y todo lo que vive en el río y en los bosques. Vamos a continuar defendiéndolos y a llevar el mensaje a toda la gente de Brasil.»
Pero no sólo la escucharon en Brasil, sino que cientos de grupos ambientalistas a nivel mundial y millones de activistas recogieron el mensaje de Tuira. A lo largo y ancho de todo el planeta se organizaron movilizaciones, conciertos, conferencias, eventos y campañas apoyando su causa.
Finalmente, el Banco Mundial se vio obligado a denegar la solicitud de crédito para la presa sobre el río Xingú.
Actualmente el gobierno de Brasil ha vuelto a retomar la intención de represar a la Hija de la lluvia, lo cual afectaría a la vida de más de 800 pueblos indígenas de 26 grupos étnicos diferentes.
Tuira, mujer del Pueblo Kayapó, sigue en pie de guerra.